7oo millones de desolados niños
sufren hambre y miseria.
700 millones de manos extendidas
crucifican la espera.
700 millones de bocas entreabiertas
desconocen la hartura.
700 millones de temblorosos gritos
no conmueven al mundo…
¿Qué les queda a los niños, decidme,
qué se ha hecho de su tierna blancura,
de sus reyes de Oriente y sus cuentos de hadas?
¿Quién ha quebrado el vidrio de sus sueños azules
con el lóbrego monstruo
del fusil y la tumba?
¿Quién anidó en sus pechos
la terrible metralla de la grima y el odio?
¿Para que comprendieran que es muy dura la vida
se hacía necesario modelar sus miradas
a pedradas, a golpes…?
¿No bastaba con eso?
¿Era preciso aún robarles las inocencia
y la sana alegría de un hogar, y los padres…?
¿A quién han de quejarse,
a quién han de rogar u obligar que devuelva
este hurto sacrílego de candor y ternura?
¿A los hombres…? ¿Qué hombres?
700 millones de estómagos vacíos
no conmueven al mundo.
***
No quiero que creáis
que me resisto a abrir a la esperanza
mi humana puerta.
Que desconfío del hombre
o que ignoro, a sabiendas,
su potencial de fruto positivo.
No es mi intención negaros
que hay conciencias felices,
que existen todavía
corazones capaces.
Y tampoco deseo, lo juro,
presentar mi postura
bajo especulaciones
de falso pesimismo.
Si es dura mi palabra,
si, a veces, es mi grito
destemplado y aún agrio,
también guardo ternuras
y comprensión. Y pienso
que lo que salve al mundo
no han de ser ni las armas
ni los sabios discursos,
más bien la caridad.
¿No os lo parece, hermanos…?
***
El orador va desgranando a ritmo
de trallazo o responso
una prosa florida, bien cuidada.
Mide conceptos, cambia el tono
en falsete, en grito casi,
y formula promesas.
Comenta fechas, efemérides, logros,
y compara, con énfasis,
el pasado al presente.
Y como un mago, luego,
se saca de la manga
una retahíla absurda
de palabras y frases
que quedan muy bonitas,
con mucho ritmo y rima,
mas sin ningún sentido…
El orador respira, bebe un sorbo de agua,
después abre un paréntesis,
a propósito, largo,
y contempla a la masa,
allá abajo, expectante,
borreguil y tan crédula,
que se le abren de pronto
los triunfos en la mano.
Ya son suyos, lo nota
en millares de ojos, absortos,
reverentes. El orador vacila
y ensaya un tono agudo
con que seguir hablando
de puestos de trabajo
y justicia social.
De cosechas ubérrimas
y graneros colmados.
De divisas en oro
y viajes a la luna.
Y promesas, promesas, promesas y promesas…
El orador sonríe y lo calla a sabiendas.
El orador no miente,
sólo dora la píldora.
Escamotea verdades
y no aborda los hechos
que realmente incumben…
Existe todavía
mucha miseria y llanto.
Mucho pesar y duelo.
Mucha ahogada protesta.
Y hombres en trincheras.
Y niños sin hogares.
Y mujeres frustradas,
con escuálidos hijos
chupando de pezones
resecos y agrietados…
El orador se agita,
nervioso, ante la mesa.
Sólo muestra los triunfos,
soslayando derrotas.
El orador lo sabe
y niega la denuncia.
Y la paz se hace mito,
una simple utopía, lejana,
inaccesible…
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