Espérame a la orilla de tu río,
que llegaré en sus aguas,
y no temas que tarde.
Apresa el tiempo alado de la vida
en tu reloj de arena
y detenlo. No lo dejes correr.
Es inconsciente y no sabe
que espera siempre ansiosa,
en tu mudo mirar sin mirar nada.
No lo dejes correr; tenlo en su celda
fuertemente cogido…
Así no volarán sus campanadas
y tú no estará sola tanto tiempo.
***
Aún estaban los pétalos
soñando con ser rosa,
cuando cruzaste tú
por la enramada
verde y azul del tiempo.
Sentí tu vuelo incierto
de mariposa negra
libando una caricia
en cada mano,
doliéndome tus alas
en las sienes,
retratándote, luego,
en mis retinas
y esculpiéndote a fuego
como una siempreviva de mi carne…
Y de tu paso sólo me ha quedado
un horrible dolor
sobre los hombros,
una angustia letal
en la mirada.
Algo así, como una pesadilla
de mis noches en sombra,
cuando mi alcoba arde en una hoguera
de mil pupilas fijas en tu centro…
Porque…
Aún estaba los pétalos
soñando con ser rosa en la enramada,
y sobre tu cabeza
llevabas ya clavado
el espetón certero de la muerte.
***
Cuando llegué
dormías apacible, reclinada
tu cabeza morena
sobre la almohada blanca.
Tus párpados
caían implacables,
como una venda inmunda,
impidiéndote ver
las margaritas
que traje para ti de mi pradera.
Y al contemplarte así,
desde esta orilla
donde nunca se duerme,
donde el reposo y la alegría son
el mito inaccesible de los hombres,
todo el horrible miedo
que azotó desde el alba, estremeciendo
mi atalaya de hombre,
se me trocó en ternura,
y me nacieron lágrimas de niño
en las mismas mejillas
donde sembraste el semen de tus besos.
Cuando llegué, ya tarde,
tu barca azul y verde
había zarpado del puerto de la vida.
Y me quedé en la playa,
enloquecido,
con el gran escozor del desencanto
tiñéndome de negro el amarillo
de las diez margaritas de mis dedos.
Me sentí anonadado;
(como debe sentirse el pajarillo
en una noche fría de diciembre,
cuando busque su nido en aquel árbol
donde jugaron niños por la tarde…)
Cuando llegué,
no estabas.
Y el llanto de tu madre
me acompañó al camino
por donde habías marchado,
(con la prisa de una cenicienta
que escucha las campanadas
de la hora fatal
en que se deshará en encanto de su vida),
olvidando en el césped
tu corazón, herido, de cristal…
Y lloré de la mano
del llanto de tu madre
mis lágrimas más puras…
Cuando llegué, en la orilla quedaba
una rosa sin pétalos
y tu pequeña niebla
de haber sido,
enredada a los juncos.
¡No poderte decir adiós, amada!
¡No poderte decir adiós,
con estos labios
cuyos senderos, tú,
tanto conoces…!
Anónimo –
Excelente.
Anónimo –
Un poemario magnífico
Anónimo –
¿Y dice que Negro fue su ópera prima? Hum! ¡Quién lo diría! He disfrutado estos poemas. Saludos. Beatriz