Para que lo comprendas,
traigo los ojos llenos de dulzura.
Una mano me bulle en apetencias
de ir sembrando amapolas en tu carne
y la otra me brinca, encabritada,
ante las vallas mismas del deseo.
Para que lo comprendas,
traigo los ojos llenos de dulzura.
Vengo solo y sin prisa. Madurando
este pan amasado de impaciencias
y, sin embargo, humilde, y al acecho
de una sonrisa tuya o de una seña
que mueva mi destino a la esperanza.
Para que lo comprendas
traigo los ojos llenos de dulzura.
Estoy aquí, sintiendo, pero mudo
de palabras. Lleno de ti, contigo.
Aprendiéndote hondo en mi silencio,
para que lo comprendas…
Traigo los ojos llenos de dulzura
para que tú comprendas el milagro.
***
Azul,
estoy triste…
Siento que una ternura
del color de tus ojos
se me aduerme en las manos
y que una brisa nueva
repite tus palabras en mi oído.
Es la canción.
La canción que no cesa.
La canción, que brinca como un potro
en las yemas abiertas de mis dedos,
fecundando tus huellas…
Azul,
estoy alegre.
Me siento humanamente proyectado
hacia el grávido centro de tu boca.
El planeta insaciable de mis labios
halla su órbita
en el astro maduro de tu beso.
Es la canción.
La canción que se alarga
y asciende por los ríos
de mi carne, quemando
este brutal deseo de tenerte.
No quiebres
el amoroso grito de mi canción,
***
Te busco;
en mi tiempo, en mi recuerdo, en mis pupilas…
Te busco con locura de soledad
en las cinco yemas de mi mano derecha.
Con locura de impaciencia
en la huella precisa de mis labios.
Con locura de celos
en los años de amor que transpira esta tarde de marzo.
Te busco…
Y al hallarte en mi mano, en mi boca, en la tarde,
florecida, brillante, amorosa y caliente,
estoy dulce de mieles y romeros, y elástico
de mariposas rubias
y de pájaros niños.
Y me circunda un seto
de veinte primaveras, las tuyas, bordeando
mi exactitud de hombre enamorado.
Te busco…
Y palpo tu latido en todos los latidos de esta tarde…
Anónimo –
¡Qué bueno el poema «Te busco», ¿no?! Me gustaría poder leer todo el libro. Caty